miércoles

Un libro sin concesiones bobaliconas

Por Fernando Toledo **

Al terminar de leer Puntos de existencia, es inevitable preguntarse con cierto estupor dónde comienzan en el texto, o finalizan, los géneros literarios. ¿Acaso se trata de un libro de memorias, en todo caso sui géneris o por el contrario será un ensayo, en la medida en que abundan las reflexiones y las consideraciones de índole personal? O, tal vez, ¿el que acaba de cerrarse no es nada distinto de un libro de cuentos que arrastra al lector a escenarios tan disímiles como las riberas del río Fonce; las encrucijadas del barrio de Lavapiés, en el Madrid de rompe y rasga, frente a un tazón de chocolate y a una ración de churros, o un siniestro edificio en cualquier callejuela del distrito parisino de Belleville? Al respecto surgen muchas respuestas casi afirmativas o, mejor aún, ambiguas, como ocurre con aquellos contenidos en todo caso de sabor universal que suelen dejar huella. Esta colección de llamémoslos artículos, para caer en la trampa de las clasificaciones con fines apenas exegéticos, que a medida que se van pasando las páginas van dando vueltas en la cabeza para desencadenar un sinfín de reflexiones y de meditaciones sobre el entorno y sobre sí mismo, piezas vivenciales cuya fuerza reside en una frescura poco común y en un abordaje, de todas maneras, desprevenido y por ello atrevido por momentos, insolente, como se espera de un libro sin concesiones bobaliconas, y sobre todo inesperado.

¿Qué importa que entre pasta y pasta se encuentren cuentos, viñetas de alucinación o retazos de una existencia que, en realidad, ha tenido el suficiente movimiento como para generar interés? Lo esencial, al fin de cuentas, es que en las tres «faenas», como las llama el autor, o jornadas, como podrían también denominarse, o incluso partes que componen Puntos de existencia y que con los títulos de «Asomándose a la vida», «Conocimiento de la otredad» e «Introspecciones» abrigan múltiples apartados y a veces divergentes en su misma concepción, revelan, en ese ingeniero de sistemas que los concibió, a un escritor con médula, con mucho que decir, con imaginación y con talante de ensayista. A un autor que, por encima de cualquier otra consideración, consigue comunicarse con el lector, por el idioma, por la miga que tiene lo que dice, por el humor soterrado y desgarrado que destilan muchas de sus páginas y hasta por el tono de suspenso que le imprime a alguna de esas estampas vitales. Con este libro sucede algo parecido a lo que ocurre con esas muñecas rusas llamadas «matrioskas» que, como si fueran fruto de un encantamiento, cuando se abren dejan salir a otras muñecas y éstas a su vez a otras, o con esos huevos, inspirados en las creaciones de Fabergé, que seducen a quien los tiene entre las manos y lo llevan a enfrentarse a unos mundos provocativos que, sin importar si se nutrieron de la fantasía o de la realidad, se desea que vuelvan a aparecer, o a multiplicarse, en nuevas exhibiciones.
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** Escritor, Gestor cultural, comentarista de literatura, música, teatro y temas de arte en varias revistas y periódicos.